Cuando nos declaramos amigas o amantes de alguien es generalmente porque existe una atracción hacia esa persona. Sentimos un conocimiento previo y concluimos que eso es suficiente para andar juntas.
A lo largo del camino van juntándose momentos que hacen historia y crean un lazo mutuo que conjuramos irrompible. Luego de la primera instancia de explosión emocional viene la certeza sobre el otro y nuestra interacción se convierte en costumbre y en un espejo que poco a poco devela nuestras inseguridades, miedos y necesidades. Es este reflejo el que impone el ritmo de nuestra relación.
Si nuestro esfuerzo por reconocernos, aceptarnos y aprobarnos por encima de todas las amonestaciones recibidas en la vida tambalea, también lo hace nuestra percepción de lo que quien está frente a nosotras reconoce, acepta y aprueba de nosotras mismas.
Si dejamos de amarnos porque ante una circunstancia cualquiera hicimos algo que desencadenó en una frustración, aseguramos además que nuestro vínculo tampoco es amoroso.
Y así vamos sumando y restando hasta generar una correspondencia de altibajos con quien nos relacionamos y en la que la responsabilidad es mas fácil atribuírsela a éste.
Lo que pienso de mi, de mi merecimiento, de mi derecho a SER, se traduce en la actitud y conducta que atribuyo y recibo de los demás, pues en ese devenir interno y externo recibo lo que doy.
Si amo lo que Soy, soy amada como Soy.
La paz es conmigo, la paz es con todas.
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