Esas palabras me acompañan desde entonces y a medida en que comprendo mi propia vulnerabilidad estoy mas atenta a lo que digo, cómo lo expreso y a lo que hago en las diferentes interacciones que establezco, desde la instantánea hasta la profunda.
Somos un espacio único y sagrado. En nuestras relaciones accedemos a lo divino que está en otras, que se abre a nosotras para darnos una porción de su territorio físico y emocional. Ahí entro con suavidad, cuidadosa, consciente de mis movimientos, palabras y gestos como si desenterrara un tesoro frágil. Evito la brusquedad que podría derrumbar el suelo que piso y si ello significa que he de retroceder, dar una o varias vueltas para evitar dañar, así lo hago, porque por encima de mi interés. voluntad o razón siempre está la riqueza del encuentro y la enseñanza implícita en lo que sucede.
Se trata de despojarme de prejuicios y juicios, de estar abierta para ver a los demás mas allá de lo que me enoja o regocija, de comprender que mi destreza de vida y sapiencia se manifiestan en la alegría y la paz que desde mi misma acogen a otra para dejarla SER, sólo ella atiende a sus propios demonios y tiene la sabiduría para exorcizarlos, pero si mi atención se paraliza en ellos reconozco que también están en mi. Cuando eso sucede miro igualmente con amor y compasión la imagen que se me regresa y acepto lo que SOY.
La paz es conmigo, la paz es con todas.