Desbaratar los nudos de las emociones que edificaron muros de desamor requiere paciencia, atención y sobre todo amor por mi misma, para aceptar que cuando me dejaron de castigar fui yo la que tomó las riendas para aplicarme las sanciones.
Al ser yo misma mi verdugo los tropiezos fueron constantes y las ganas de permanecer en el suelo un tributo a la adaptabilidad que censuraba mi conducta e individualidad y que se manifestaba en hábitos destructivos como trabajar sin parar, fumar un cigarrillo tras otro y tener relaciones de pareja que desde el comienzo hasta su duración estuvieron escasas del tiempo suficiente para saber estar enamorada.
En tanto de las experiencias vividas encuentre motivos para cuestionarme, la posibilidad de amarme es esquiva y aún más remota la de amar, porque para ello requiero hacerlo de manera incondicional. Sin que lo que haga, diga o piense sea objeto de juicio propio o escuche el ajeno.
Aún me resbalo y cojeo mas que caerme, pues encuentro las fuerzas para estar de pies cuando ando sujeta a mi aceptación de mi misma y al aprendizaje de la mano de la siguiente historia Zen, con la que comprendí que la única aprobación que cuenta es la que yo hago de mi misma y al lograrlo significa que me tengo confianza como resultado de mi propio amor por mi. Amarme me permite amar, porque eso es lo que Soy.
Un viejo maestro, su alumno y un burro emprenden un recorrido por las provincias. Al llegar al primer pueblo la gente que los ve pasar se ríe de ellos: Miren que par de tontos, caminan cuando alguno podría ir sobre el burro.
Salen del pueblo y el maestro le dice a su alumno que es mejor que se monte en el burro y así ingresan a la siguiente población. También allí se comenta sobre ellos: Las cosas que se ven hoy en día, miren ese joven tan desconsiderado, muy orondo va montado en el burro mientras el pobre viejo es obligado a caminar.
Entonces el maestro se monta en el burro y llegan a una nueva localidad. Como en las anteriores despiertan curiosidad: Ese viejo se aprovecha de su edad para estar todo el viaje sobre el burro, mientras el muchacho se agota con la caminata.
Siguen, pero esta vez el maestro decide que ambos viajarán montados en el burro. Cuando los habitantes del lugar al que llegan los ven, hacen gestos de desaprobación: Pobre animal, sobrecargado con esos dos flojos.
Como su próxima parada está muy cerca, el maestro y alumno cargan el burro. Al entrar la gente se arremolina a su alrededor gritando: miren, son locos, a quién se le ocurre algo así, nadie en sano juicio llevaría ese animal a cuestas.
La algarabía es tal que el burro entra en pánico y corre desenfrenado hasta el río, donde se ahoga.
El maestro le dice a su alumno: si continuamos escuchando y haciendo lo que los demás consideran que es lo mejor, nuestro destino será igual que el del burro.
La paz es conmigo, la paz es con todas.