Todo se mueve y yo también lo hago. Observo y me involucro en los cambios que desde afuera me muestran aún dos caras de lo manifestado. Mi existencia en la dualidad.
Cada día, en un tiempo que parece competir hacia la meta de lo nuevo, las lecciones sobre lo que pondero y rechazo se presentan una tras otra, sin darme espera para detenerme a enraizar en una creencia las dos posibilidades que florecen, para mostrarme el grado de conocimiento que acumulo.
La exaltación es lo que siento cuando estoy en perfecta armonía. Lo que vislumbro corresponde a mi pensamiento, sentimiento y al ejercicio cotidiano que me moviliza, y en consecuencia mi paso en un cántico de celebración que se entona en la gratitud. Es el silencio mi manera de ser y permanecer ahí, en plena complacencia donde es innecesario agregar o quitar. Maravillosa y satisfactoria visión de mi misma.
Mi respuesta en los momentos de dolor y miedo aún se dispara en primera instancia hacia lo viejo, lo asociado con el deber ser, que significa mi idea de la tarea correcta, el juicio de valor sobre lo que califico ajeno, mi necesidad de imponerme para organizar la vida desde mi propia lectura y que jalada por la inercia conduce mi actuar en la misma dirección. A esta altura me detengo sin traspasar la puerta que me llevaría a la mi propia condenación por habitar allí y me permito estar, aceptar la manera en que soy en ese ahora. Entro en una batalla interna y/o externa hasta que me recuerdo, me veo en la conciencia del UNO y recojo los pedazos que he dispersado a lo largo de mi visión de separación y con amorosa intención observo sólo la unidad y entonces vislumbro un hacer en la totalidad que incluye tanto el perdón como la curación, porque soy la misma en cada cara. Lo siento, perdóname, te amo, gracias.
Soy Una con Todo y en esa comprensión es el amor el camino que tomo.
La paz es conmigo, la paz es con todas.