¿Qué produce el miedo? La ignorancia pese a estar bien informada.
Nuestro primer encuentro con el temor se remonta a la infancia cuando en nuestra adaptabilidad nos encontramos con ese algo incomprensible y oscuro que nos indujo en medio de la noche a decirle a mamá que estábamos asustadas y pudimos tener como respuesta un abrazo y la posibilidad de dormir con ella o simplemente: no pasa nada, vuelva a la cama. Cualquiera de las dos respuestas evitó que encaráramos el motivo de nuestro sobresalto y así aprendimos a escondernos debajo de las cobijas o a buscar que sea otra, en lo externo, quien nos tranqulice, nos asegure que todo está bien.
Siempre habrá situaciones alarmantes en tanto nuestras relaciones mantengan la creencia de separación, de ser cada una un mundo aparte, y sólo lo que nos libera de ser víctimas de la aprensión es nuestra capacidad de cuestionar, de examinar a fondo lo que está ocurriendo tanto afuera, como antes que nada, en nuestro interior.
Si nos conocernos a nosotras mismas nuestros actos dejarán de ser erráticos, de causarnos sobresaltos que nos llenan de culpa y por tanto decreten una condena que esperamos con pánico. Si aprendemos que toda circunstancia y vivencia es un aprendizaje, es nuestra posibilidad de descubrir y asimilar la que prima sobre el recelo a lo desconocido. Si confiamos en nuestra maestría para sortear las dificultades será al serenidad la que nos acompañe en situaciones de pavor y nos permitirá poner las cosas en claro, mantener la paz.
En mi confío cada instante porque soy Yo quien decide lo que entra en mi mente y en mi corazón y porque mi vocación hacia el conocimiento me induce a investigar, antes que a juzgar.
La paz es conmigo, la paz es con todas.