La Tierra como ser vivo que es, al igual que nosotras, requiere sanarse. Recuperar la salud y para ello da salida a la crisis -expulsa todo aquello que la contiene, la asfixia-. Las consecuencias de los movimientos que realiza para equilibrarse, sacudirse de los pesos excesivos que le hemos cargado, nos impresionan, son crudos, son radicales.
Terremoto, Tsumani y una ola de radiación nuclear en Japón. Un invierno mas severo y grandes inundaciones en Colombia. Son muchas las personas sin hogar y son aún más los argumentos que se esgrimen para explicar lo evidente: vivimos de espaldas a la naturaleza y ahora estamos ante las consecuencias de ello.
¿Qué pasó? Hemos desnudado la tierra, con una tala de árboles sin tregua, cuando no destruido las montañas para sacar arena, piedra... Los ríos son una gran caneca de basura y sus riberas, tierras baldías que han de ocuparse... La obtención de energía ha de provenir de fuentes controladas para ser rentable.
La máxima es el negocio, la oportunidad y la ventaja sin comparación. Predomina el concepto de colonización y la solución que se enfoca persiste en plantear un desafío de mega ingeniería para aún mantener el ¨dominio¨ de la naturaleza. Es la misma manera de insistir en la confrontación de fuerzas, pese a que ya sabemos que si nuestro hogar, Tierra, se sacude volamos por los aires pues nuestros anclajes -viviendas, construcciones, obras de ingeniería, están ahí como trofeos de guerra y no como resultado de nuestra compresión de una coexistencia en armonía con el Todo.
Estas situaciones, luego del drama que presentan, nos muestran la quietud: hay que esperar a que la Tierra se equilibre. Es un instante de no tiempo donde el ahora es el protagonista y nos coloca de cara con lo fundamental: la vida y qué es lo que la resguarda. Es una invitación a detenernos para replantear nuestra forma de existir y de concebir nuestras interacciones. Es el momento de unirnos a la Tierra y fluir en armonía. ¡He ahí el verdadero reto que tenemos!.
G.U.
Imágenes de la web