Ver lo que es sin velos construidos en el deber ser o en el deseo de lo que creo es mejor para mi, me permite sopesar lo que vivo para comprender qué de esa experiencia está sucediendo y qué es un capricho de mi insistencia a permanecer atada a la ilusión.
Se trata de vivir sin prejuicios ni expectativas, atenta a las novedades del Ahora y con la claridad de erradicar con crudeza todo aquello que nunca fue. De ver lo que está ahí, debajo de que en nuestra fantasía suponemos que existe.
Si, en un caso dado y a manera de ejemplo, en mi labor busco un florecimiento de mis conocimientos e idoneidades y lo que se presenta es torpeza y frustración, es claro que lo que hago difiere de mis potencialidades y permanecer en ello sin cambiar el objetivo es una quimera que cada día me robará mi propia confianza y seguridad, ya que el resultado me muestra un enfoque que adolece de una claridad de lo real: lo que se y aprendí a hacer.
Lo real es lo que obtengo de mi vivencia, se lo buscado o lo temido, y frente a lo cual es imposible mentirme, dado que es tangible y concreto. Si lo que se me entrega me enriquece es evidente que en mi interior hay unidad entre lo que pienso, siento y actúo, una conexión interna que vincula en un mismo sentido mi sentir y lo existente.
Vivir en la realidad es una brigada cotidiana de limpieza: conciencia de mi misma y la observación sin juicio de lo que sucede, para que mi pensamiento se fortalezca con lo que recibo, lo que Es, e impulse un quehacer en donde mis sentimientos lúcidos le dan a mi cuerpo la vitalidad para actuar.
La paz es conmigo, la paz es con todas.