sábado, 24 de marzo de 2012

Espejito, espejito...

En mi niñez participé en Al banquillo, un juego que consistía en que un miembro del grupo se sentaba en una silla, trono, y ahí escuchaba sin modular palabra alguna el ajuste verbal de cuentas que todos le pasábamos: Usted me dijo que fulano... usted mintió cuando.. usted le quitó...  era un ejercicio despiadado y humillante que tenía las mieles de ver a quien estaba en turno derrumbarse por el peso de las etiquetas que le íbamos colgando. Ese placer subsiste y nos alarga la sobremesa con los cuestionamientos de siempre sobre el gobierno, el costo de la vida, lo que hizo o dijo aquel...  
También fue en esa época que escuché por primera vez la palabra egoísta, cuando me negaba a prestar una de mis prendas, un juguete o a hacer lo que alguien mas deseaba que hiciese. Ahora se que el egoísmo es realmente presionar para que los demás actúen de acuerdo a mis deseos, transgrediendo los suyos.
El juicio y  el sacrifico fueron los hábitos que crearon el ideario social de las interacciones humanas. Ambos me sacaban de mi misma, obligándome a tener al otro como modelo, tanto para criticarlo como para ensalzarlo.
La reconversión de estas dos costumbres va  pareja, ya que dejo de escuchar o hacer críticas cuando centro mi atención en mi y me amo de tal manera que soy mi prioridad. Esa decisión implica que conozco y satisfago mis necesidades primero que todo, concentro mi energía para manifestar mis sueños y me  relaciono equilibradamente. Soy capaz de decir no y rechazar los juicios de valor que quieran endosarme, sin sentirme culpable. 
Así, cuando en mis relaciones uso el espejo es para verme a mi misma: espejito, espejito, ¿dónde tengo lo qué me afecta?. Se que cada persona con la que establezco contacto me muestra algo de mi y es a ese reflejo que le presto atención. Soy yo el referente único, porque en la medida en que exista claridad sobre mis motivaciones y requerimientos, mi interacción con otros estará libre de malos entendidos y tendré tiempo suficiente para crear lo que deseo vivir. 
Hago sólo lo que me hace feliz y así estoy en condiciones de dar felicidad, ya que es lo que SOY.
 La paz es conmigo, la paz es con todas.

1 comentario:

kiki dijo...

Tu escrito me ha hecho recordar dos cosas:

1- Hace tiempo en un programa de radio, comparaban a los españoles y su acusado sentido del ridículo con los estadounidenses, si un español tropezaba miraba a su alrededor por si nadie se había dado cuenta, deseando que nadie se hubiera percatado, si era un estadounidense miraba con parsimonia el motivo de su tropiezo. No explicaban el motivo de esta diferencia entre nacionalidades y no conozco a los estadounidenses, pero sí creo que los españoles en un porcentaje alto reaccionamos así.

2.- Tu frase "cuando me negaba a prestar una de mis prendas" me recuerda también la dificultad de reclamar lo prestado.

Muchos saludos