Cada vez que tomo conciencia de mi momento en medio de un habitat natural, me deslumbran las formas múltiples que se manifiestan en su totalidad, en una belleza incuestionable y en una concentración que suprime nuestra idea de un espacio limitado por lo otro. Abundancia, diversidad, unicidad y convivencia son el reflejo que me llega. ¡Cuanta vida se expresa en un milímetro de suelo!
La naturaleza es mi escuela. Aqui desamprendí sobre la diferencia, la exclusión, la sobre valorada importancia del exterior y a detenerme en aquello cuya decisión es ajena. Aquí aprendo a reencontrar la relevancia de ser el centro del universo, una manifestación del espíritu como todo lo que me rodea, a respetar la vida en cualquiera de sus formas, estar estar en silencio, a observar sin prevención ni etiquetas.
Aquí comprendo que vincula lo uno con lo otro y mi acción lo imita. Empecé cuidando el territorio físico, fijándome en mis pasos para que mis huellas se las lleve el viento. Luego me encontré con las emociones escondidas y las traje a la luz. Ahora estoy atenta a lo que pienso para vibre al unísono con mi cuerpo y mis sentimientos. Miro adentro y afuera, pues es claro que son Uno. Se trata de saber pensar, sentir lo que pasa por la mente y quedarme con lo que me hace feliz, me une al Todo.
Se que el secreto está en la armonía. Ya entendí que cuando mi atención es de rechazo sólo me libero de lo que juzgo al aceptarlo y buscar lo que me enseña de mí misma, pues si existe a mi alrededor es porque tiene que ver conmigo. Mi brújula es la paz. Las paz es conmigo, soy la paz, TODO está en paz.
¡Soy lo que decido ser y lo que Es es lo que soy. Así Es!
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