Hacemos parte de una cultura de la escasez que hemos denominado progreso. Poseemos poco, un poco más o muchísimo más, pero siempre sentimos que aún no es suficiente.
Nuestra ambición por llenar los vacíos atiborra espacios y nuestra capacidad de producir desechos va a la par con el uso de todo aquello que nos de un ranking, en el que la diferencia de recursos económicos se expresa en la velocidad y volumen de lo que convertimos en basura.
¿Nos hacen falta tantas cosas? ¿Requerimos mayores experiencias, lugares por visitar...? Queremos esto, también aquello. No hay limite diferente al de la capacidad adquisitiva. ¿Qué estamos realmente comprando y botando?
El valor de lo que consumimos va mas allá del precio etiquetado y pagado. El costo real de producción es inherente al uso de los recursos involucrados en su factura. Si la mano de obra es compensada por lo bajo, el obrero vive en estrechez y frustración. Se mantiene hambriento.
Si usamos recursos renovables o renovables con un manejo regulado por el bajo costo arrasamos la naturaleza. Condenamos a futuras generaciones a no contar con ellos.
Si el producto final genera además una estela contaminante, la liberación de gases tóxicos sin olor sustancias inmortales por su incapacidad de de biodegradarse, transformamos el hábitat. Lo sentenciamos a la extinción.
Pagamos barato, en oferta. Y así la escasez que creemos tener hoy, podría ser una certeza mañana, si seguimos produciendo para el consumo sin límites y consumimos para mantener la producción cueste lo que cueste.
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